La princesa está triste, qué tendrá la princesa…
Construyó un castillo a su medida, con fuertes medidas de seguridad, doble cerradura en el puente levadizo y foso de malas experiencias que ahuyentaban a los príncipes novatos.
Se ciñó la espada a la cintura y se sentó en su trono con dosel.
Pasaron los días y se acostumbró al silencio, lo agradecía, el ruido de fuera la incomodaba.
Si había algo interesante al otro lado, ya lo había vivido.
Un día se acercó a la ventana, sin abrirla y contempló el sol anaranjado ocultarse en el horizonte, tan bello. Se quedó hasta verlo desaparecer.
Los suspiros se escaparon de su boca de fresa, pero dejó caer la noche a su espalda y se retiró a sus aposentos para dormir un sueño sin sueños.
La tarde del día siguiente quiso ver de nuevo el atardecer, el sol languideciendo en un último estallido de color dejando paso a la oscuridad. Le entristecía saber que había un final para tanta belleza pero se acercó a la ventana y la abrió. Un viento cálido y con aromas de tierra mojada la envolvió. Necesitaba más.
Bajó el puente levadizo acorazado y con doble cerradura, atravesó sin mirar el foso, abrió los brazos y se dejó inundar de sensaciones.
Al abrir los ojos lo vio frente a ella, por primera vez.
Sobre su blanco corcel mirándola y esperando una señal para acercarse.
Embriagada de sensaciones le dejó entrar en su castillo.
Al alba, se sentó junto a la ventana de su alcoba, la abrió y sonriendo contempló el amanecer, tan bello.