Cuenta la fábula que Cenicienta huyó escaleras abajo al ser
descubierta y perdió uno de sus zapatos.
Durante un tiempo indefinido
el príncipe fue de casa en casa buscando a la dueña de aquél zapato de
cristal hasta que dió con ella.
Lo que no narra el cuento es lo que hizo Cenicienta durante
la espera, en qué ocupaba el tiempo, si
aguardó esperanzada o se dejó envolver por el desánimo.
Quizás pasó por varias fases, necesitó de psicoanalista, se
entretuvo en brazos de otros supuestos príncipes o simplemente se alojó junto a
la ventana hasta el día en que su amado príncipe llegó a su puerta.
En el fondo todas creemos ser cenicientas y que nuestro
príncipe llegará un día bajo un sol radiante de primavera, bajará de su
majestuoso corcél y buscará con la mirada el inicio de nuestras extremidades
inferiores, nos pedirá que nos sentemos y tomará nuestro pié con unas manos
grandes, cálidas y firmes, rozará nuestro empeine y probará sin romperlo que
somos la elegida al ver que el zapato de cristal encaja a la perfección .
Tengo 43 años, cada día que pasa me acerca a la verdad: los
cuentos solo son eso, cuentos.
Mi príncipe se perdió por el camino, o dejó caer el zapato y
lo hizo añicos, o en el peor de los casos se equivocó de cenicienta y otra
camina por ahí con un zapato que me pertenece.
Sea como sea, se va
acercando el colorín colorado sin que haya un final feliz, muy al contrario,
voy parcheando y añadiendo trozos de otros cuentos con el fin de entretener la
espera, de manera que Caperucita queda a tomar café con Rapuncel mientras el
lobo feróz de va de copas con el cazador y los tres cerditos se matriculan en
la universidad, a ver si consiguen un buen trabajo que les permita comprarse un
adosado con vistas al mar.