lunes, 19 de diciembre de 2011

ELOY

Un paso tras otro y mirando siempre al suelo, con las manos en los bolsillos y encogido por el frío de la mañana, Eloy atravesaba la niebla. No le hacía falta ver el camino, lo conocía de memoria. Caminaba cada día cuarenta minutos para llegar al trabajo pero se negaba a utilizar el coche si no era estrictamente necesario.

Siempre había vivido sólo a pesar de haber tenido pareja durante algunos años y no echaba de menos compartir su vida con nadie. Creía que su manera de vivir era perfecta, creía que la convivencia acababa con la pareja y defendía de manera vehemente su independencia. Su casa estaba llena de incomodidades a su medida, desprovista de todo aquello que no fuera estrictamente necesario.

Estaba convencido de que la vida era sencilla y que la mayoría de las personas se creaban necesidades que les hacían infelices. No tenía televisión, leía con tanta avidez que parecía devorar los libros que caían en sus manos, escuchaba música clásica, jazz, blues, y era feliz. Vivía sus días sin preguntarse jamás qué le depararía el día siguiente y su amigo Germán le reprochaba que parecía dejar pasar el tiempo como si no participara de su propia existencia. A Germán lo conocía desde niño, no tenía muchos amigos, sólo los estrictamente necesarios. 

No sabía que Laura, su compañera de trabajo estaba enamorada de él, que soñaba con noches de pasión a la orilla del mar, con paseos bajo el sol colgada de su brazo. Laura era dulce, risueña, imaginativa e inteligente pero Eloy tampoco lo sabía. De haberlo sabido habría aceptado acompañarla a la cena que había organizado la empresa hacía dos semanas, habría visto sus ojos iluminarse al mirarle, habría saboreado sus besos al acompañarla a casa, habría comprobado la suavidad de su piel. Pero Eloy no solía ir a cenas de empresa, a no ser que fuera… estrictamente necesario.

2 comentarios:

  1. Quizás Eloy habita la niebla y no lo sabe.

    Quizás esa austeridad no sea sino temor. Y su voracidad estética acaso sea un placebo de la vida.

    No lo comprendo, a Eloy. Tampoco a Laura.

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  2. A veces una palabra cambia una vida... Mejor es decirla en lugar de morirse al cabo de los años con un montón de "¿y si...?

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