miércoles, 18 de julio de 2012

Perfume

Marta era una mujer de unos sesenta años, delgada y simpática.
Parecía tener la marca de todo lo vivido grabada en cada profunda arruga de su rostro, en contraste con su eterna sonrisa. La conocí en una clase de cerámica, esas cosas a las que a veces te apuntas por huir de algo…la soledad, el estrés…o simplemente para alargar tu vuelta a casa.
Congeniamos en seguida, me gustaba escucharla, tenía una forma de contar su vida que parecía encerrar siempre moraleja. Conversábamos siempre junto al torno, antes de empezar a moldear.
 Un vez me dijo: “En nuestra mente a menudo forjamos decisiones que después no somos capaces de llevar a cabo. Vamos dilatando en el tiempo dar ese paso con excusas que ni nosotros creemos pero que nos sirven para cerrar los ojos y dar la espalda a la responsabilidad que conlleva la decisión. Un buen día, sin premeditación te cruzas en tu camino con el detonante que hará que todo tu mundo se vuelva del revés, y que algo que has ido postergando, de pronto se produce de la manera más natural. Eso me ocurrió hace años,  sentada  en la estación de tren viendo la marea de gente pasar.
 En ocasiones me gustaba ir a la estación, me sentaba en un banco a observar a los viajeros, imaginaba sus vidas, los motivos de sus viajes, sus conversaciones…otros leen libros. Permanecía invisible para los demás, era como observarles a través de la pantalla de un televisor. Hasta que un día ocurrió algo inesperado: me sentí observada. Por lo visto alguien más tenía esa manera de pasar el tiempo. Al otro lado del andén un hombre sentado en un banco frente al mí no dejaba de mirarme. Se acercó a donde yo estaba, estrechó mi mano a modo de saludo y me contó que hacía tiempo que me veía por la estación. Se sentó a mi lado y su perfume nos envolvió a los dos, era una sensación agradable.
 No sé el tiempo que pasamos hablando, riendo y mirándonos a los ojos antes de decirnos nuestros nombres. El resto lo recuerdo como en un sueño, acabamos en la habitación de un hotel cercano. Y te aseguro niña que hice el amor como no lo había hecho en mi vida.
 Nos  abrazamos  en una caricia que parecía no tener  final, sin dejar un resquicio de espacio entre nosotros, de tal manera que no sabíamos donde acababa nuestra piel y dónde empezaba la piel del otro. El tacto de sus dedos encendía a su paso mi sensibilidad, como una corriente de fuego abrasadora, su sabor salado y excitante permanecía en mis labios, aspiraba su perfume y lo exhalaba por mis poros. Permanecimos así abrazados hasta que empezó a anochecer y los dos supimos que había llegado la hora de irme.
 No lo habíamos planeado, no medimos las consecuencias… Durante el camino de regreso a casa el aroma de su piel me acompañó,  fue lo que me dio fuerza para llenar mi maleta de lo imprescindible y dejar la nota de despedida.
Me fui sin mirar atrás, me despojé del miedo y la rabia y los dejé como a un vestido viejo en el cesto de la ropa sucia,  dejé de ser la muñeca rota en la que me había convertido y me lancé a la vida sin paracaídas y sin saber donde iba a aterrizar. Atrás quedó una vida insana, ahora soy una persona diferente, soy yo. No volvimos a vernos, pero hay noches en las que el viento entra por mi ventana  me trae el aroma de su perfume, el aroma de un pasado que no ha de volver.”
Marta me miró a los ojos como si esperara un comentario por mi parte, pero antes de que pudiera hablar, apartó su mirada y volvió al torno de cerámica con un tozo de arcilla entre las manos.
 Me quedé intentando extraer todo el jugo de esa conversación y pensando en cuántas decisiones tomaría ese día sin postergarlo más.

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